Nada más llegar a Puno desde Copacabana, un montón de vendedores empezaron a ofrecerme paquetes para visitar las islas del lago Titicaca con sus agencias. Yo lo tenía claro: en el propio puerto de Puno se pueden contratar visitas a las mismas islas directamente con las comunidades que en ellas viven. Así que a las 7 de la mañana me dirigí al puerto con Marisa, la argentina que conocí de camino a la isla del Sol y con la que me reencontré en el bus a Puno.
Por 30 soles contratamos el viaje en barco que nos llevaría a Amantaní, donde pasaríamos la noche en casa de una familia de la comunidad por otros 30, y al día siguiente de vuelta, parando a la ida en una de las islas de los Urós y a la vuelta en Taquile.
Aunque nunca llegamos a tener claro si los Urós realmente viven en sus islas flotantes hechas con totora, Marisa y yo entramos en el juego y, tras la explicación del jefe de la comunidad acerca de la confección de las islas y su modo de vida, accedimos a dar un paseo en su «Mercedes Benz».
Al alejarnos de la isla, mientras veíamos como desmontaban sus puestos de artesanías, nos preguntábamos si también se quitarían los disfraces y volverían a Puno o realmente se embarcarían para pescar.
Llegamos a Amantaní a medio día y las familias nos esperaban en el puerto como a hijos adoptivos. Pedro nos acompañó a su casa por los caminos empedrados que recorren la isla, nos dio de comer y nos acompañó a visitar los lugares donde cada 17 de enero, desde época de los incas, hacen las ofrendas a la pachamama y al pachatata.
Llegamos a casa al anochecer, encendimos una vela (no hay luz eléctrica) y esperamos a la hora de cenar.
Por la mañana temprano partimos hacia Taquile, donde un chico de la isla nos explicó las diferentes maneras de colocarse el gorro en función de si esta soltero, comprometido o casado.
Los gorros los tejen ellos mismos, y aprenden a hacerlo ya en la escuela. Después de bajar los más de 500 escalones de la isla, nos embarcamos de vuelta a Puno y nos perdemos en un mercadillo.
Próxima estación… Cuzco!!!